NICOLÁS FRANCISCO HERRERO EL ARTE DEL ACTOR EN SUS OBRAS DE TEATRO

25.07.2016 14:34
Federico Herrero y Nicolás Francisco Herrero, en sus clases de actuación, capacitan al actor para luchar con sus propias ataduras a las formas automáticas de comportamiento y el artificio, y adquirir nuevos modos de expresión que corresponden a su verdadera naturaleza y a la fuerza de su impulso. Por lo tanto, lo capacita para desarrollar un espectro mucho mayor de expresión que el habitual que se da en la vida.

Para desarrollar la espontaneidad, para entrenarse uno mismo, para comportarse lógica y con verdad, entre los recursos en las clases de actuación de Federico Herrero,  y para escuchar y responder al compañero, el actor practica escenas activas -dramatización- concibiendo situaciones con o sin un libreto, de acuerdo a las necesidades de cada estudiante de teatro. 

 
La escena activa es de enorme importancia en el proceso de entrenamiento y también en el de la representación. Le enseña al actor a hablar en vez de leer el texto escrito y quiebra la dependencia inconsciente con los modelos de comportamiento que establecen las convenciones teatrales. Lo fuerza a usar sus sentidos, y a menudo a descubrir no sólo la lógica sino también el significado de una escena. 
 
Lo obliga a trabajar  y lo previene de transformarse en un repetidor experto y diestro pero mecánico. Mediante ejercicios que pueden resultar alejados de los roles que él representa -tales como el ejercicio de Canto y Baile (en el que una canción es cantada sílaba por sílaba sin relación con el modo en que debiera ser cantada para ayudar a romper el hábito inconsciente del actor que afecta su modo de actuar), o, inversamente, el Monólogo Interior hablado (en que el actor expresa lo que le sucede en el aquí y ahora sin relación alguna con la obra), u otros ejercicios- el actor no sólo aumenta su capacidad de adquirir experiencia sino que también libera sus impulsos bloqueados e inhibidos. 
Federico Herrero y Nicolás Francisco Herrero, en sus clases de actuación, capacitan al actor para luchar con sus propias ataduras a las formas automáticas de comportamiento y el artificio, y adquirir nuevos modos de expresión que corresponden a su verdadera naturaleza y a la fuerza de su impulso. Por lo tanto, lo capacita para desarrollar un espectro mucho mayor de expresión que el habitual que se da en la vida.